Null Escuela española; primer tercio del siglo XVI.

"San Mateo".

Óleo sobre ta…
Descripción

Escuela española; primer tercio del siglo XVI. "San Mateo". Óleo sobre tabla. Presenta repintes y restauraciones antiguas. Medidas: 62 x 43 cm. En esta obra podemos observar a San Mateo, acompañado del hombre alado que le identifica en el Tetramorfos, aludiendo a su Evangelio: su texto trata sobre todo de caracterizar a Cristo como Rey de los Judíos y como el Mesías que las Escrituras profetizaban, destacando su vida como hombre. Otro ejemplo de ello es la presencia del fardo y la pluma, que el santo sostiene activamente, mostrándose al espectador como el escritor de uno de los Evangelios. La escena, que se desarrolla en un interior, tiene muy pocos elementos que no remitan a la iconografía del santo. Estos son el reposabrazos de una silla y la mesa a modo de atril sobre la que apoya las escrituras. La escena ha sido concebida a través de diagonales, que no siguen una perspectiva basada en el punto de fuga, sino que prescinden de él, centrando la atención no tanto en la representación del santo, sino en su santidad. Tanto las formas angulosas de los rasgos como los pliegues de la ropa y el uso de colores intensos y complementarios crean una escena muy expresiva. Cabe destacar el detalle conseguido por el artista a través de una pincelada muy corta y precisa, de manera que se aprecian todas las arrugas del hábito del santo. San Mateo Evangelista fue uno de los doce apóstoles elegidos por Jesús y, según la tradición cristiana, el autor del Evangelio que lleva su nombre. Se le menciona en los Hechos de los Apóstoles, y también en el Evangelio de Lucas, con el nombre de Leví. Mateo se identifica con un hombre o ángel alado, símbolo del tetramorfo del profeta Ezequiel. Esta asociación se debe a que su Evangelio comienza repasando la genealogía de Cristo, el Hijo del Hombre y también el Hijo de Dios. España fue, a principios del siglo XVI, la nación europea mejor preparada para recibir las nuevas concepciones humanistas de la vida y del arte por sus condiciones espirituales, políticas y económicas, aunque desde el punto de vista de las formas plásticas, su adaptación de las introducidas por Italia fue más lenta por la necesidad de aprender las nuevas técnicas y de cambiar el gusto de la clientela. La pintura refleja quizás mejor que otros campos artísticos este deseo de volver al mundo clásico grecorromano, que exalta la individualidad del hombre, creando un nuevo estilo cuya vitalidad va más allá de la mera copia. La anatomía, el movimiento de las figuras, las composiciones con sentido de la perspectiva y el equilibrio, el juego naturalista de los pliegues, las actitudes clásicas de las figuras pronto empezaron a valorarse; pero la fuerte tradición gótica mantuvo la expresividad como vehículo del profundo sentido espiritualista que informa nuestras mejores pinturas renacentistas. Aunque cabe destacar que aún existía una tradición pictórica medieval, con preceptos estéticos realmente asentados en la sociedad, por lo que ambas escuelas convivieron y se influyeron mutuamente, dando lugar a un estilo idiosincrásico y muy personal. Esta fuerte y sana tradición favoreció la continuidad de la pintura religiosa, que aceptó la belleza formal ofrecida por el arte renacentista italiano con un sentido del equilibrio que evitaba su predominio sobre el contenido inmaterial que animaba las formas. En los primeros años del siglo, las obras italianas llegaron a nuestras tierras y algunos de nuestros artistas se desplazaron a Italia, donde aprendieron de primera mano las nuevas normas en los centros más progresistas del arte italiano, ya sea en Florencia o Roma, o incluso en Nápoles.

Escuela española; primer tercio del siglo XVI. "San Mateo". Óleo sobre tabla. Presenta repintes y restauraciones antiguas. Medidas: 62 x 43 cm. En esta obra podemos observar a San Mateo, acompañado del hombre alado que le identifica en el Tetramorfos, aludiendo a su Evangelio: su texto trata sobre todo de caracterizar a Cristo como Rey de los Judíos y como el Mesías que las Escrituras profetizaban, destacando su vida como hombre. Otro ejemplo de ello es la presencia del fardo y la pluma, que el santo sostiene activamente, mostrándose al espectador como el escritor de uno de los Evangelios. La escena, que se desarrolla en un interior, tiene muy pocos elementos que no remitan a la iconografía del santo. Estos son el reposabrazos de una silla y la mesa a modo de atril sobre la que apoya las escrituras. La escena ha sido concebida a través de diagonales, que no siguen una perspectiva basada en el punto de fuga, sino que prescinden de él, centrando la atención no tanto en la representación del santo, sino en su santidad. Tanto las formas angulosas de los rasgos como los pliegues de la ropa y el uso de colores intensos y complementarios crean una escena muy expresiva. Cabe destacar el detalle conseguido por el artista a través de una pincelada muy corta y precisa, de manera que se aprecian todas las arrugas del hábito del santo. San Mateo Evangelista fue uno de los doce apóstoles elegidos por Jesús y, según la tradición cristiana, el autor del Evangelio que lleva su nombre. Se le menciona en los Hechos de los Apóstoles, y también en el Evangelio de Lucas, con el nombre de Leví. Mateo se identifica con un hombre o ángel alado, símbolo del tetramorfo del profeta Ezequiel. Esta asociación se debe a que su Evangelio comienza repasando la genealogía de Cristo, el Hijo del Hombre y también el Hijo de Dios. España fue, a principios del siglo XVI, la nación europea mejor preparada para recibir las nuevas concepciones humanistas de la vida y del arte por sus condiciones espirituales, políticas y económicas, aunque desde el punto de vista de las formas plásticas, su adaptación de las introducidas por Italia fue más lenta por la necesidad de aprender las nuevas técnicas y de cambiar el gusto de la clientela. La pintura refleja quizás mejor que otros campos artísticos este deseo de volver al mundo clásico grecorromano, que exalta la individualidad del hombre, creando un nuevo estilo cuya vitalidad va más allá de la mera copia. La anatomía, el movimiento de las figuras, las composiciones con sentido de la perspectiva y el equilibrio, el juego naturalista de los pliegues, las actitudes clásicas de las figuras pronto empezaron a valorarse; pero la fuerte tradición gótica mantuvo la expresividad como vehículo del profundo sentido espiritualista que informa nuestras mejores pinturas renacentistas. Aunque cabe destacar que aún existía una tradición pictórica medieval, con preceptos estéticos realmente asentados en la sociedad, por lo que ambas escuelas convivieron y se influyeron mutuamente, dando lugar a un estilo idiosincrásico y muy personal. Esta fuerte y sana tradición favoreció la continuidad de la pintura religiosa, que aceptó la belleza formal ofrecida por el arte renacentista italiano con un sentido del equilibrio que evitaba su predominio sobre el contenido inmaterial que animaba las formas. En los primeros años del siglo, las obras italianas llegaron a nuestras tierras y algunos de nuestros artistas se desplazaron a Italia, donde aprendieron de primera mano las nuevas normas en los centros más progresistas del arte italiano, ya sea en Florencia o Roma, o incluso en Nápoles.

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