GÉRICAULT Théodore (1791-1824). L.A., [hacia junio de 1822, a Mme TROUILLARD]; 4…
Descripción

GÉRICAULT Théodore (1791-1824).

L.A., [hacia junio de 1822, a Mme TROUILLARD]; 4 páginas en 8 (papel un poco arrugado). Carta asombrosa de amor apasionado. "Ayer le decía una cosa muy sencilla a [Madame Trouillard tachada], le decía, ya ves, todos los gustos están en la naturaleza, el hombre no es dueño de sus pasiones y cada día tenemos ejemplos singulares de extrañeza que no se pueden explicar. De gustibus non disputandum est. Intenté hacerle comprender mi idolatría por las batas blancas, y perdí el tiempo, tuve que citar la antigüedad, el ajuste de las vestales, de la encantadora Friné, el ligero vestido de las gracias, de la propia Venus, repasé todos los paganos y sagrados, el de la Virgen, el de Hércules, ni siquiera omití las rosas, las novias de ciudad y de pueblo, la tierna inocencia, todas vestidas de blanco. Luego pasé a las diferentes impresiones que causan los distintos colores, el negro, le dije, es adecuado para el dolor y además huele muy mal, es una forma segura de mantener a raya las distracciones, el amor juguetón no viene a retozar en los pliegues de una sarga negra teñida a juego, el rojo y el marrón son maravillosos para las morenas, el azul tierno para las rubias, el amarillo hay que evitarlo. Me dijo sobre este tema que yo era demasiado delicado y viendo por mi parte que ella no era lo suficientemente delicada para apreciar la finura de todos estos matices, imaginé presentarle algunas otras ideas sobre la naturaleza de los tejidos y sobre su influencia en nuestras relaciones. Lo que voy a contarle le habría parecido demasiado extraordinario, y le parecerá muy natural que haya estado a punto de estrangular a una mujer que llevaba una enagua de bazín por gusto, citaría otros varios crímenes que le parecerán igualmente disculpables cuando piense en lo que puede causarlos: una camisa nueva de cretona, por ejemplo, o un vestido de percal engomado y que grita bajo la mano, o de muselina tan prensada que rasga los dedos al pasar, y otros mil capaces de provocar desmayos, El delirio, la rabia, ¿te has encontrado alguna vez con lo que se conoce como peleles de alambre de letón, puntiagudos y dentados, que desgarran la cara y exponen los ojos a los accidentes más graves, hebillas de acero, cinturones de cuero, medias negras, zapatos amarillos; mientras que, por el contrario, el alma se conmueve deliciosamente con los suaves pliegues de un tejido flexible y ligero, la cintura parece más elegante, los andares más voluptuosos, casi se podría decir que ya no hay fealdad donde está el encanto de una prenda delicada y bien elegida, sino elegida, elegida con un cierto sentimiento que no se puede regalar. No debe ser la moda la que mande, ni el deseo de ser extraordinario o de llevar lo que nadie lleva, no es eso, no, sino una especie de lascivia, una languidez que, ¿comprendes? Los hombres no están hechos como las mujeres y se equivocarían gravemente si quisieran juzgarnos por analogía, no me refiero a la diferencia física que consiste, como saben, en muy poco [algunas palabras tachadas]... pero sí me refiero a la diferencia moral: un hombre para complacer a una joven de buen gusto debe ser alto, orgulloso, un poco rudo en sus modales, moreno, la languidez de un hombre de pecho es difícilmente adecuada para una especie de mujeres pequeñas, atrofiadas y debilitadas cuyo amor y pasiones también lo están. Esto se llama ternura, y los recreos de este tipo de amante consisten en unos paseos muy sentimentales por el cementerio de Montmartre, de Père Lachaise o lo que sea. Alguna vez te he dicho que soy muy celoso, ¿te gusta, me parece que no duele cuando uno no tiene motivos para estar celoso, dime, ¿te mato?

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GÉRICAULT Théodore (1791-1824).

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