Null Escuela española; mediados del siglo XVII.

"San Onofre".

Óleo sobre lienz…
Descripción

Escuela española; mediados del siglo XVII. "San Onofre". Óleo sobre lienzo. Se conserva el lienzo original. Tiene ligeros repintes. Medidas: 130 x 85 cm; 150 x 104 cm (marco). Un ermitaño está arrodillado en actitud penitente, con las manos cruzadas de forma piadosa. De estas manos cuelga un pequeño rosario que pasa ligeramente desapercibido debido a la oscuridad del fondo. Esta oscuridad no permite ver con claridad el paisaje, sino distinguir el estrecho espacio rocoso que se abre al exterior en la parte derecha de la escena. El santo, que destaca por la calidez del tono de su piel, está acompañado por una calavera, un libro abierto, en alusión a la Biblia, y, como último elemento iconográfico, un pájaro con una llama en el pico. Esto, unido a su indumentaria y a su característica barba, sugiere que el artista está representando la figura de San Onofre (300 d.C.). Se trata de un santo venerado tanto por la Iglesia católica como por los cristianos coptos. La leyenda cuenta que, siendo un niño, escapó ileso de las llamas, donde fue arrojado por su padre, que había sido engañado por el diablo. Onofre renunció a una vida de lujos y privilegios para ingresar en la vida monástica a temprana edad. Más tarde abandonaría el convento para vivir como ermitaño en el desierto durante 60 años. Se dice que caminaba desnudo, cubierto sólo por su pelo y su larga barba, y que se alimentaba de agua, hojas y bayas. La historia de San Onofre cuenta que recibía el pan, el vino y la comunión de manos de ángeles. La pintura barroca española es uno de los ejemplos más auténticos y personales de nuestro arte, porque su concepción y forma de expresión surgieron del pueblo y de sus sentimientos más profundos. Con la economía del Estado en ruinas, la nobleza en decadencia y el alto clero agobiado por los pesados impuestos, fueron los monasterios, parroquias y cofradías de clérigos y seglares quienes promovieron su desarrollo, financiándose las obras en ocasiones por suscripción popular. La escultura se vio así obligada a expresar los ideales imperantes en estos ambientes, que no eran otros que los religiosos, en un momento en que la doctrina de la Contrarreforma exigía al arte un lenguaje realista para que los fieles pudieran comprender e identificarse con lo representado, y una expresión dotada de un intenso contenido emocional para aumentar el fervor y la devoción del pueblo. El tema religioso era, por tanto, la materia.

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Escuela española; mediados del siglo XVII. "San Onofre". Óleo sobre lienzo. Se conserva el lienzo original. Tiene ligeros repintes. Medidas: 130 x 85 cm; 150 x 104 cm (marco). Un ermitaño está arrodillado en actitud penitente, con las manos cruzadas de forma piadosa. De estas manos cuelga un pequeño rosario que pasa ligeramente desapercibido debido a la oscuridad del fondo. Esta oscuridad no permite ver con claridad el paisaje, sino distinguir el estrecho espacio rocoso que se abre al exterior en la parte derecha de la escena. El santo, que destaca por la calidez del tono de su piel, está acompañado por una calavera, un libro abierto, en alusión a la Biblia, y, como último elemento iconográfico, un pájaro con una llama en el pico. Esto, unido a su indumentaria y a su característica barba, sugiere que el artista está representando la figura de San Onofre (300 d.C.). Se trata de un santo venerado tanto por la Iglesia católica como por los cristianos coptos. La leyenda cuenta que, siendo un niño, escapó ileso de las llamas, donde fue arrojado por su padre, que había sido engañado por el diablo. Onofre renunció a una vida de lujos y privilegios para ingresar en la vida monástica a temprana edad. Más tarde abandonaría el convento para vivir como ermitaño en el desierto durante 60 años. Se dice que caminaba desnudo, cubierto sólo por su pelo y su larga barba, y que se alimentaba de agua, hojas y bayas. La historia de San Onofre cuenta que recibía el pan, el vino y la comunión de manos de ángeles. La pintura barroca española es uno de los ejemplos más auténticos y personales de nuestro arte, porque su concepción y forma de expresión surgieron del pueblo y de sus sentimientos más profundos. Con la economía del Estado en ruinas, la nobleza en decadencia y el alto clero agobiado por los pesados impuestos, fueron los monasterios, parroquias y cofradías de clérigos y seglares quienes promovieron su desarrollo, financiándose las obras en ocasiones por suscripción popular. La escultura se vio así obligada a expresar los ideales imperantes en estos ambientes, que no eran otros que los religiosos, en un momento en que la doctrina de la Contrarreforma exigía al arte un lenguaje realista para que los fieles pudieran comprender e identificarse con lo representado, y una expresión dotada de un intenso contenido emocional para aumentar el fervor y la devoción del pueblo. El tema religioso era, por tanto, la materia.

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