Null Escuela española; mediados del siglo XVII.

"Cristo crucificado".

Óleo sob…
Descripción

Escuela española; mediados del siglo XVII. "Cristo crucificado". Óleo sobre tabla. Medidas: 44 x 28 cm. Esta representación de Cristo Crucificado sigue los preceptos de las cruces de celda, del tipo que se colocaba en el interior de las celdas de los monjes. Como es habitual en este tipo y época, la cruz es de secciones rectilíneas, sin adornos y trabajada de forma ilusionista, con una pintura típicamente barroca de luz tenebrista y expresión patética. Cristo aparece en el centro, con una anatomía expresivamente deformada que denota la pervivencia del manierismo incluso en el siglo XVII. La iluminación está a medio camino entre el tenebrismo barroco y la luz artificial del manierismo, y en cualquier caso crea un juego ilusionista muy acorde con la sensibilidad barroca. A sus pies vemos una representación del cráneo de Adán. Las cruces celadas son un tipo de obra devocional muy común en los conventos y monasterios españoles e hispanoamericanos de los siglos XVII y XVIII. Sin embargo, no es frecuente que contengan la firma de su autor, como ocurre en este caso. La crucifixión de Cristo es el tema central de la iconografía cristiana y especialmente de la católica. Cristo fue sometido a los sufrimientos propios de los esclavos fugitivos o rebeldes, una condena esencialmente romana pero de origen persa. Este episodio de la vida de Cristo es el hecho histórico más estrictamente probado y es también el argumento principal de la redención de la doctrina cristiana: la sangre de Dios encarnado como hombre se derrama para la redención de todos los pecados. La representación de la crucifixión ha experimentado una evolución paralela a las variaciones litúrgicas y teológicas de la doctrina católica en la que nos gustaría señalar tres hitos: en un primer momento el arte paleocristiano omitió la representación de la figura humana de Cristo y la crucifixión se representó mediante el "Agnus Dei", el cordero místico que porta la cruz del martirio. Hasta el siglo XI se representaba a Cristo crucificado pero vivo y triunfante, con los ojos abiertos, de acuerdo con el rito bizantino, que no contemplaba la posibilidad de la existencia del cadáver de Cristo. Posteriormente, bajo la consideración teológica de que la muerte del Salvador no se debe a un proceso orgánico sino a un acto de la voluntad divina, Cristo es representado, en muchas ocasiones, ya muerto con los ojos cerrados y la cabeza caída sobre su hombro derecho, mostrando los sufrimientos de la pasión, provocando la conmiseración, como se refiere en el Salmo 22 cuando dice: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (...) una turba de malvados está cerca de mí: han traspasado mis manos y mis pies (...) han dividido mis vestidos y han echado a suertes mi túnica".

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Escuela española; mediados del siglo XVII. "Cristo crucificado". Óleo sobre tabla. Medidas: 44 x 28 cm. Esta representación de Cristo Crucificado sigue los preceptos de las cruces de celda, del tipo que se colocaba en el interior de las celdas de los monjes. Como es habitual en este tipo y época, la cruz es de secciones rectilíneas, sin adornos y trabajada de forma ilusionista, con una pintura típicamente barroca de luz tenebrista y expresión patética. Cristo aparece en el centro, con una anatomía expresivamente deformada que denota la pervivencia del manierismo incluso en el siglo XVII. La iluminación está a medio camino entre el tenebrismo barroco y la luz artificial del manierismo, y en cualquier caso crea un juego ilusionista muy acorde con la sensibilidad barroca. A sus pies vemos una representación del cráneo de Adán. Las cruces celadas son un tipo de obra devocional muy común en los conventos y monasterios españoles e hispanoamericanos de los siglos XVII y XVIII. Sin embargo, no es frecuente que contengan la firma de su autor, como ocurre en este caso. La crucifixión de Cristo es el tema central de la iconografía cristiana y especialmente de la católica. Cristo fue sometido a los sufrimientos propios de los esclavos fugitivos o rebeldes, una condena esencialmente romana pero de origen persa. Este episodio de la vida de Cristo es el hecho histórico más estrictamente probado y es también el argumento principal de la redención de la doctrina cristiana: la sangre de Dios encarnado como hombre se derrama para la redención de todos los pecados. La representación de la crucifixión ha experimentado una evolución paralela a las variaciones litúrgicas y teológicas de la doctrina católica en la que nos gustaría señalar tres hitos: en un primer momento el arte paleocristiano omitió la representación de la figura humana de Cristo y la crucifixión se representó mediante el "Agnus Dei", el cordero místico que porta la cruz del martirio. Hasta el siglo XI se representaba a Cristo crucificado pero vivo y triunfante, con los ojos abiertos, de acuerdo con el rito bizantino, que no contemplaba la posibilidad de la existencia del cadáver de Cristo. Posteriormente, bajo la consideración teológica de que la muerte del Salvador no se debe a un proceso orgánico sino a un acto de la voluntad divina, Cristo es representado, en muchas ocasiones, ya muerto con los ojos cerrados y la cabeza caída sobre su hombro derecho, mostrando los sufrimientos de la pasión, provocando la conmiseración, como se refiere en el Salmo 22 cuando dice: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (...) una turba de malvados está cerca de mí: han traspasado mis manos y mis pies (...) han dividido mis vestidos y han echado a suertes mi túnica".

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