Null Fetiche del Kongo, República Democrática del
Congo
Madera, vidrio, cuentas,…
Descripción

Fetiche del Kongo, República Democrática del Congo Madera, vidrio, cuentas, metal, clavo, cuerda, materia orgánica Dimensiones: 46 x 14 x12 cm Origen: Marc Léo Félix, Bruselas Marc Léo Félix, Bruselas Colección privada española La existencia de estatuas con clavos procedentes del Bajo Congo, señalada ya a finales del siglo XVII por Olfert Dapper, que menciona esculturas en las que se clavan trozos de metal (Dapper, Dictionnnaire de l'Afrique, 1686: 336), es uno de los monumentos del arte africano. Conocido por el gran público en Europa y Estados Estados Unidos desde las primeras exposiciones de los años 0, la exposición Art Nègre (Palais des Beaux-Arts, Bruselas, 1930) y la Exposición de Arte Africano y Oceánico (Galerie du Théâtre Pigalle, París, 1930). Impresionante, cautivador, inquietante por su singular presencia, su gruesa pátina, sus clavos irregulares y sus ojos engastados en vidrio, el fetiche fue creado por el nganga, el herrero hechicero, para actuar como intermediario entre lo visible y lo invisible, entre el mundo de los vivos y el de los antepasados. El acto de clavar un clavo o una cuchilla en la estatua, conocido como koma nloko, sellaba una petición al espíritu nkisi investido en el objeto y activaba su poder, en particular para formalizar una petición de ayuda o curación, para poner un contrato bajo los auspicios del nkisi o para protegerse contra un mal hechizo y los malos espíritus. - Las uñas están incrustadas en algunos lugares, lo que atestigua invocaciones repetidas, y la pátina costrosa de la cara es el resultado de las numerosas unciones propiciatorias realizadas durante la recitación de la oración (Lehuard, Fétiches à cloius du Bs-Zaire, 1980: 188-189). Este nkonde, como ocurre a menudo, ha sido desprovisto de su carga mágica ventral, que en el pasado consistía en un espejo que permitía al nganaga visualizar el mundo invisible, la puerta mágica hacia el otro mundo. La importancia de su papel como defensor de la comunidad y árbitro de conflictos se refleja en su expresividad, sus gestos y su actitud. El rostro está impregnado de una expresión impactante, dura e intimidatoria, los ojos vidriosos, el aire austero e impasible. El cuerpo, al que el escultor prestó especial atención para darle un aspecto naturalista, está orgullosamente acampanado (Lagamma, Kongo: poder y majestad, 2015: p. 241).

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Fetiche del Kongo, República Democrática del Congo Madera, vidrio, cuentas, metal, clavo, cuerda, materia orgánica Dimensiones: 46 x 14 x12 cm Origen: Marc Léo Félix, Bruselas Marc Léo Félix, Bruselas Colección privada española La existencia de estatuas con clavos procedentes del Bajo Congo, señalada ya a finales del siglo XVII por Olfert Dapper, que menciona esculturas en las que se clavan trozos de metal (Dapper, Dictionnnaire de l'Afrique, 1686: 336), es uno de los monumentos del arte africano. Conocido por el gran público en Europa y Estados Estados Unidos desde las primeras exposiciones de los años 0, la exposición Art Nègre (Palais des Beaux-Arts, Bruselas, 1930) y la Exposición de Arte Africano y Oceánico (Galerie du Théâtre Pigalle, París, 1930). Impresionante, cautivador, inquietante por su singular presencia, su gruesa pátina, sus clavos irregulares y sus ojos engastados en vidrio, el fetiche fue creado por el nganga, el herrero hechicero, para actuar como intermediario entre lo visible y lo invisible, entre el mundo de los vivos y el de los antepasados. El acto de clavar un clavo o una cuchilla en la estatua, conocido como koma nloko, sellaba una petición al espíritu nkisi investido en el objeto y activaba su poder, en particular para formalizar una petición de ayuda o curación, para poner un contrato bajo los auspicios del nkisi o para protegerse contra un mal hechizo y los malos espíritus. - Las uñas están incrustadas en algunos lugares, lo que atestigua invocaciones repetidas, y la pátina costrosa de la cara es el resultado de las numerosas unciones propiciatorias realizadas durante la recitación de la oración (Lehuard, Fétiches à cloius du Bs-Zaire, 1980: 188-189). Este nkonde, como ocurre a menudo, ha sido desprovisto de su carga mágica ventral, que en el pasado consistía en un espejo que permitía al nganaga visualizar el mundo invisible, la puerta mágica hacia el otro mundo. La importancia de su papel como defensor de la comunidad y árbitro de conflictos se refleja en su expresividad, sus gestos y su actitud. El rostro está impregnado de una expresión impactante, dura e intimidatoria, los ojos vidriosos, el aire austero e impasible. El cuerpo, al que el escultor prestó especial atención para darle un aspecto naturalista, está orgullosamente acampanado (Lagamma, Kongo: poder y majestad, 2015: p. 241).

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