Null EDUARDO ARROYO (Madrid, 1937-2018).
"Puente de Arcole o Napoleón au flambea…
Descripción

EDUARDO ARROYO (Madrid, 1937-2018). "Puente de Arcole o Napoleón au flambeau", 1963. Óleo sobre lienzo. Presenta sello de la Galería Lein, al dorso. Adjunta certificado de autenticidad expedido por Fabienne Di Rocco. Medidas: 146 x 114 cm; 150 x 118 cm (marco). Bajo el régimen franquista, a principios de los años sesenta, Eduardo Arroyo realizó una serie de cuadros de personajes históricos, entre ellos Napoleón, figura en la que el pintor cifró crípticamente las ambigüedades y perversiones del poder político y militar. En esta obra, Napoleón aparece como una figura sombría, pintada con trazos impetuosos e intención mordaz. Napoleón sostiene una antorcha en su brazo desnudo, en referencia a su victoria en Austerlitz, tras la cual fue recibido con una ovación por una multitud de pastores portadores de antorchas. Inspirándose en las pinturas de cámara, Arroyo invierte su mensaje triunfalista. Pintor, escultor y grabador, Arroyo destaca como figura importante del movimiento neofigurativista. Figura clave de la nueva figuración española, Arroyo se dio a conocer en el circuito artístico nacional tardíamente, a partir de los años ochenta, tras dos décadas de retraimiento forzado por el régimen franquista. Hoy, sus obras cuelgan en los más reputados museos españoles y su creatividad se extiende a escenografías teatrales y ediciones ilustradas. Arroyo comenzó su carrera en el periodismo, terminando sus estudios en 1957. Después se marchó a París, huyendo del asfixiante clima político español de la época. Aunque su primera vocación fue la de escritor, tarea que sigue ejerciendo en la actualidad, en 1960 ya se ganaba la vida como pintor. Ese año participa por primera vez en el Salon de Peinture Jeunesse de París. Su actitud crítica hacia las dictaduras, tanto políticas como artísticas, le lleva a tomar iniciativas controvertidas. Optó por la pintura figurativa en un momento en que la pintura abstracta dominaba abrumadoramente en París, y sus primeros temas recordaban a la "España negra" (efigies de Felipe II, toreros, bailarinas), trabajados de forma cáustica y poco romántica. A principios de los años sesenta, su vocabulario plástico se mueve bajo la influencia americana del arte pop, y en 1964 su ruptura con el arte informal se hace definitiva. Su primera repercusión pública se produjo en 1963, cuando presentó una serie de efigies de dictadores en la III Bienal de París, lo que provocó las protestas del gobierno español. Ese mismo año, Arroyo preparó una exposición en la galería Biosca de Madrid, que se inauguró sin su presencia al tener que huir a Francia perseguido por la policía; la muestra fue censurada y clausurada pocos días después. Sin embargo, la opción figurativa de Arroyo tardó en ser aceptada en París. El pintor rechazaba la devoción incondicional a ciertos vanguardistas, como Duchamp o Miró, que consideraba impuesta por las modas. Su verdadero interés era desmitificar a los grandes maestros y defender el papel del mercado como protector y termómetro del arte, frente a la red de museos e influencias pagados con dinero público. En 1974, Arroyo fue expulsado de España por el régimen, y no recuperaría su pasaporte hasta la muerte de Franco. Sin embargo, su irrupción crítica en España no fue inmediata, y se demoró hasta principios de la década de 1980. En 1982 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas, y se celebraron exposiciones antológicas en la Biblioteca Nacional de Madrid y el Centro Pompidou de París. En la actualidad, Arroyo está representado en el Museo Nacional Reina Sofía de Madrid, el Patio Herreriano de Valladolid, el Museo de Bellas Artes de Bilbao, el Hirshhorn Museum and Sculpture Garden de Washington D.C. y el Museo de Arte Moderno de Lille (Francia), entre otros.

EDUARDO ARROYO (Madrid, 1937-2018). "Puente de Arcole o Napoleón au flambeau", 1963. Óleo sobre lienzo. Presenta sello de la Galería Lein, al dorso. Adjunta certificado de autenticidad expedido por Fabienne Di Rocco. Medidas: 146 x 114 cm; 150 x 118 cm (marco). Bajo el régimen franquista, a principios de los años sesenta, Eduardo Arroyo realizó una serie de cuadros de personajes históricos, entre ellos Napoleón, figura en la que el pintor cifró crípticamente las ambigüedades y perversiones del poder político y militar. En esta obra, Napoleón aparece como una figura sombría, pintada con trazos impetuosos e intención mordaz. Napoleón sostiene una antorcha en su brazo desnudo, en referencia a su victoria en Austerlitz, tras la cual fue recibido con una ovación por una multitud de pastores portadores de antorchas. Inspirándose en las pinturas de cámara, Arroyo invierte su mensaje triunfalista. Pintor, escultor y grabador, Arroyo destaca como figura importante del movimiento neofigurativista. Figura clave de la nueva figuración española, Arroyo se dio a conocer en el circuito artístico nacional tardíamente, a partir de los años ochenta, tras dos décadas de retraimiento forzado por el régimen franquista. Hoy, sus obras cuelgan en los más reputados museos españoles y su creatividad se extiende a escenografías teatrales y ediciones ilustradas. Arroyo comenzó su carrera en el periodismo, terminando sus estudios en 1957. Después se marchó a París, huyendo del asfixiante clima político español de la época. Aunque su primera vocación fue la de escritor, tarea que sigue ejerciendo en la actualidad, en 1960 ya se ganaba la vida como pintor. Ese año participa por primera vez en el Salon de Peinture Jeunesse de París. Su actitud crítica hacia las dictaduras, tanto políticas como artísticas, le lleva a tomar iniciativas controvertidas. Optó por la pintura figurativa en un momento en que la pintura abstracta dominaba abrumadoramente en París, y sus primeros temas recordaban a la "España negra" (efigies de Felipe II, toreros, bailarinas), trabajados de forma cáustica y poco romántica. A principios de los años sesenta, su vocabulario plástico se mueve bajo la influencia americana del arte pop, y en 1964 su ruptura con el arte informal se hace definitiva. Su primera repercusión pública se produjo en 1963, cuando presentó una serie de efigies de dictadores en la III Bienal de París, lo que provocó las protestas del gobierno español. Ese mismo año, Arroyo preparó una exposición en la galería Biosca de Madrid, que se inauguró sin su presencia al tener que huir a Francia perseguido por la policía; la muestra fue censurada y clausurada pocos días después. Sin embargo, la opción figurativa de Arroyo tardó en ser aceptada en París. El pintor rechazaba la devoción incondicional a ciertos vanguardistas, como Duchamp o Miró, que consideraba impuesta por las modas. Su verdadero interés era desmitificar a los grandes maestros y defender el papel del mercado como protector y termómetro del arte, frente a la red de museos e influencias pagados con dinero público. En 1974, Arroyo fue expulsado de España por el régimen, y no recuperaría su pasaporte hasta la muerte de Franco. Sin embargo, su irrupción crítica en España no fue inmediata, y se demoró hasta principios de la década de 1980. En 1982 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas, y se celebraron exposiciones antológicas en la Biblioteca Nacional de Madrid y el Centro Pompidou de París. En la actualidad, Arroyo está representado en el Museo Nacional Reina Sofía de Madrid, el Patio Herreriano de Valladolid, el Museo de Bellas Artes de Bilbao, el Hirshhorn Museum and Sculpture Garden de Washington D.C. y el Museo de Arte Moderno de Lille (Francia), entre otros.

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