Null MANOLO MILLARES SALL (Las Palmas de Gran Canaria, 1936 - Madrid, 1972).
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Descripción

MANOLO MILLARES SALL (Las Palmas de Gran Canaria, 1936 - Madrid, 1972). "Hombre caído", 1968. Tinta sobre papel GVARRO. Firmado y fechado a mano. Firmado, fechado y titulado al dorso. Presenta ligeros pliegues horizontales, poco apreciables debido al intenso color negro de la obra. Medidas: 37 x 33 cm; 53 x 49,50 cm (marco). Millares, adscrito definitivamente al informalismo, en el momento álgido de su producción, que alcanza su máxima creatividad entre 1968 y 1969, desarrolla una extraordinaria labor dibujística, donde llama poderosamente la atención su capacidad para realizar un trabajo similar al desarrollado en sus arpilleras, pero ahora sin ningún recurso material, confiándolo todo a grandes extensiones de negro. Su obra es como un "grito mudo", expresivo pero silencioso, de denuncia, potente y dramático, en el que prima el gesto, y se valora la fuerza y el pensamiento. "Mi arte es una bofetada a la muerte para justificar la vida". Trabaja intensamente el papel, siempre en constante evolución, con gran creatividad expresiva, vigoroso en el gesto, con tonos oscuros, que mutan en obras con predominio del negro. En esta obra percibimos como trasfondo su gran estima por Francisco de Goya y especialmente por Francisco de Goya y especialmente por sus pinturas negras, que sin duda están en la raíz de su obra, así como su interés por la caligrafía automática, como podemos ver en la parte superior del cuadro donde, mediante juegos caligráficos de escrituras ilegibles, aparece la fecha de la obra, 1968. Cofundador del grupo El Paso en 1957, Millares inició su carrera en Canarias, imbuido del ambiente surrealista desarrollado en torno a Óscar Domínguez. Su obra gira en torno a dos preocupaciones esenciales, que en realidad son una misma: el surrealismo con su interés por el subconsciente y lo primitivo, y las profundas raíces de culturas desaparecidas, concretamente la guanche. De formación autodidacta, Millares debutó individualmente en 1945 en el Círculo Mercantil de Las Palmas, y tras cuatro años experimentando con el surrealismo decidió enfocar definitivamente su obra hacia la abstracción. En 1951 participó en la I Bienal Hispanoamericana de arte, celebrada en Madrid, que supuso su encuentro definitivo con la realidad artística contemporánea. Ese mismo año realiza su primera exposición en la península, en las galerías Jardín de Barcelona. A partir de entonces realiza exposiciones y participa en colectivas en España, Cuba, Brasil, Francia, Alemania y Estados Unidos, entre otros países. En 1955 su obra dio un giro fundamental, que marcaría un antes y un después en su lenguaje, y que tuvo lugar en torno al descubrimiento de la arpillera como soporte. Así, dejó atrás las obras influidas por las pictografías de las Islas Canarias, fruto de su interés por el surrealismo y la arqueología, y comenzó a utilizar la arpillera como un elemento que añadía a la superficie del cuadro, junto a otros materiales como la arena, la cerámica o la madera. Para el artista, la arpillera es una evocación de la tela con la que estaban envueltas las momias guanches descubiertas por Millares en el Museo Canario. Fue también en 1955 cuando se instaló en Madrid; allí, bajo la influencia de Burri, la arpillera se convirtió en un soporte, en el elemento esencial de sus obras. Dos años más tarde se incorporó al grupo El Paso, en el que desempeñó un papel decisivo. Millares explota al máximo las posibilidades de la arpillera, desgarrándola, rasgándola, perforándola, cosiéndola y volviéndola a coser, ensalzando así el valor del material como vehículo de expresión. Su paleta se reduce y se vuelve sobria, predominando el ocre de la arpillera y los colores negro, rojo y blanco. La abstracción es sustituida por una figuración reconocible y la obra adquiere, incluso a través de los materiales de los que está hecha, un matiz social y moral. Hasta mediados de los años sesenta, el negro fue el color predominante en su obra.

MANOLO MILLARES SALL (Las Palmas de Gran Canaria, 1936 - Madrid, 1972). "Hombre caído", 1968. Tinta sobre papel GVARRO. Firmado y fechado a mano. Firmado, fechado y titulado al dorso. Presenta ligeros pliegues horizontales, poco apreciables debido al intenso color negro de la obra. Medidas: 37 x 33 cm; 53 x 49,50 cm (marco). Millares, adscrito definitivamente al informalismo, en el momento álgido de su producción, que alcanza su máxima creatividad entre 1968 y 1969, desarrolla una extraordinaria labor dibujística, donde llama poderosamente la atención su capacidad para realizar un trabajo similar al desarrollado en sus arpilleras, pero ahora sin ningún recurso material, confiándolo todo a grandes extensiones de negro. Su obra es como un "grito mudo", expresivo pero silencioso, de denuncia, potente y dramático, en el que prima el gesto, y se valora la fuerza y el pensamiento. "Mi arte es una bofetada a la muerte para justificar la vida". Trabaja intensamente el papel, siempre en constante evolución, con gran creatividad expresiva, vigoroso en el gesto, con tonos oscuros, que mutan en obras con predominio del negro. En esta obra percibimos como trasfondo su gran estima por Francisco de Goya y especialmente por Francisco de Goya y especialmente por sus pinturas negras, que sin duda están en la raíz de su obra, así como su interés por la caligrafía automática, como podemos ver en la parte superior del cuadro donde, mediante juegos caligráficos de escrituras ilegibles, aparece la fecha de la obra, 1968. Cofundador del grupo El Paso en 1957, Millares inició su carrera en Canarias, imbuido del ambiente surrealista desarrollado en torno a Óscar Domínguez. Su obra gira en torno a dos preocupaciones esenciales, que en realidad son una misma: el surrealismo con su interés por el subconsciente y lo primitivo, y las profundas raíces de culturas desaparecidas, concretamente la guanche. De formación autodidacta, Millares debutó individualmente en 1945 en el Círculo Mercantil de Las Palmas, y tras cuatro años experimentando con el surrealismo decidió enfocar definitivamente su obra hacia la abstracción. En 1951 participó en la I Bienal Hispanoamericana de arte, celebrada en Madrid, que supuso su encuentro definitivo con la realidad artística contemporánea. Ese mismo año realiza su primera exposición en la península, en las galerías Jardín de Barcelona. A partir de entonces realiza exposiciones y participa en colectivas en España, Cuba, Brasil, Francia, Alemania y Estados Unidos, entre otros países. En 1955 su obra dio un giro fundamental, que marcaría un antes y un después en su lenguaje, y que tuvo lugar en torno al descubrimiento de la arpillera como soporte. Así, dejó atrás las obras influidas por las pictografías de las Islas Canarias, fruto de su interés por el surrealismo y la arqueología, y comenzó a utilizar la arpillera como un elemento que añadía a la superficie del cuadro, junto a otros materiales como la arena, la cerámica o la madera. Para el artista, la arpillera es una evocación de la tela con la que estaban envueltas las momias guanches descubiertas por Millares en el Museo Canario. Fue también en 1955 cuando se instaló en Madrid; allí, bajo la influencia de Burri, la arpillera se convirtió en un soporte, en el elemento esencial de sus obras. Dos años más tarde se incorporó al grupo El Paso, en el que desempeñó un papel decisivo. Millares explota al máximo las posibilidades de la arpillera, desgarrándola, rasgándola, perforándola, cosiéndola y volviéndola a coser, ensalzando así el valor del material como vehículo de expresión. Su paleta se reduce y se vuelve sobria, predominando el ocre de la arpillera y los colores negro, rojo y blanco. La abstracción es sustituida por una figuración reconocible y la obra adquiere, incluso a través de los materiales de los que está hecha, un matiz social y moral. Hasta mediados de los años sesenta, el negro fue el color predominante en su obra.

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