Null ANTONIO DEL CASTILLO Y SAAVEDRA (Córdoba, 1616 - 1668).

"San Pedro Armengo…
Descripción

ANTONIO DEL CASTILLO Y SAAVEDRA (Córdoba, 1616 - 1668). "San Pedro Armengol" y "San Serapio". Óleo sobre lienzo (x2). Presenta restauraciones y repintes. Medidas: 55 x 41 cm (x2); 46 x 61 cm (marco, x2). Es probable que estas obras pertenezcan a una época temprana de la pintura de Antonio del Castillo, ya que en 1642 fue contratado para realizar varios cuadros referentes a la orden de los mercedarios, que serían destinados al altar mayor del convento de Nuestra Señora de Mercedes Extramuros. Este grupo de pinturas estaba formado por una representación de San Pedro Nolasco recibiendo el hábito, y otras cuatro más pequeñas que representaban a San Armengol, San Serapio, Santa María del Socorro y Santa Colaxia. En este caso concreto, las obras que aquí se presentan muestran en cada caso a un religioso vestido con los hábitos de los mercedarios, y con diversos atributos iconográficos que los identifican como San Pedro Armengol y San Serapio. San Pedro, situado en un paisaje, mira al espectador en el centro de la composición, sosteniendo una cuerda en su mano izquierda y apoyando su mano derecha en una calavera. Estos atributos aluden al milagro en el que el santo fue salvado de la horca por la Virgen. Un milagro que se representa en la obra, en la zona izquierda del último plano, donde se ve la figura del santo, acompañado de varios hombres con trajes árabes, y finalmente en un plano superior, la figura de la Virgen. La obra que representa a San Serapio tiene una composición similar en cuanto a la concepción de la distribución pictórica. Sin embargo, en este caso el santo está ligeramente desplazado hacia la izquierda, levantando su rostro hacia el cielo sin mirar la mirada del espectador. En esta obra, el protagonista sólo sostiene la palma del martirio, mientras que su otra mano se dirige a una escena en la distancia, en la que se puede ver el suplicio que sufrió. Atado a la cruz, en forma de ballesta, podemos ver cómo los sarracenos le arrancan los intestinos. Antonio Castillo es considerado el padre de la escuela cordobesa, conocido por su labor como pintor, pero también fue policromador y diseñador de proyectos arquitectónicos, decorativos y de orfebrería. Era hijo de Agustín del Castillo, un pintor poco conocido de Llerena (Extremadura) al que Palomino califica de "excelente pintor". También se cree que pudo formarse como policromador en el taller de Calderón. Sin embargo, quedó huérfano con sólo diez años en 1626 y pasó a formarse en el taller de otro pintor del que no tenemos constancia, Ignacio Aedo Calderón. Aunque no hay constancia real de ello, se cree que pudo llegar a Sevilla, donde, según Palomino, entró en el taller de Zurbarán. Esto ha sido corroborado por la influencia estilística del maestro extremeño que los historiadores han visto en la obra de Castillo. Sin embargo, en 1635 regresó a su Córdoba natal, donde se casó y se instaló definitivamente, convirtiéndose sin duda en el artista más importante de la ciudad. Su fama y calidad le valieron importantes encargos, como retablos religiosos, retratos y series de mediano formato. También fue el maestro de destacados pintores cordobeses de la siguiente generación, como Juan de Alfaro y Gámez. En cuanto a su lenguaje, Antonio del Castillo no desarrolló una evolución evidente en su obra, aunque hacia el final de su vida se aprecia un lenguaje más suavizado, y se mantuvo al margen de las innovaciones barrocas de otros pintores contemporáneos. Sin embargo, como el resto de sus contemporáneos, se dejó seducir por la novedad de la obra de Murillo, y en sus últimos años introdujo la suavidad cromática veneciana del maestro sevillano. Hoy en día se pueden encontrar ejemplos en el Museo del Prado, el Hermitage de San Petersburgo, el J. Paul Getty de Los Ángeles, el Louvre, el Metropolitan de Nueva York, etc.

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ANTONIO DEL CASTILLO Y SAAVEDRA (Córdoba, 1616 - 1668). "San Pedro Armengol" y "San Serapio". Óleo sobre lienzo (x2). Presenta restauraciones y repintes. Medidas: 55 x 41 cm (x2); 46 x 61 cm (marco, x2). Es probable que estas obras pertenezcan a una época temprana de la pintura de Antonio del Castillo, ya que en 1642 fue contratado para realizar varios cuadros referentes a la orden de los mercedarios, que serían destinados al altar mayor del convento de Nuestra Señora de Mercedes Extramuros. Este grupo de pinturas estaba formado por una representación de San Pedro Nolasco recibiendo el hábito, y otras cuatro más pequeñas que representaban a San Armengol, San Serapio, Santa María del Socorro y Santa Colaxia. En este caso concreto, las obras que aquí se presentan muestran en cada caso a un religioso vestido con los hábitos de los mercedarios, y con diversos atributos iconográficos que los identifican como San Pedro Armengol y San Serapio. San Pedro, situado en un paisaje, mira al espectador en el centro de la composición, sosteniendo una cuerda en su mano izquierda y apoyando su mano derecha en una calavera. Estos atributos aluden al milagro en el que el santo fue salvado de la horca por la Virgen. Un milagro que se representa en la obra, en la zona izquierda del último plano, donde se ve la figura del santo, acompañado de varios hombres con trajes árabes, y finalmente en un plano superior, la figura de la Virgen. La obra que representa a San Serapio tiene una composición similar en cuanto a la concepción de la distribución pictórica. Sin embargo, en este caso el santo está ligeramente desplazado hacia la izquierda, levantando su rostro hacia el cielo sin mirar la mirada del espectador. En esta obra, el protagonista sólo sostiene la palma del martirio, mientras que su otra mano se dirige a una escena en la distancia, en la que se puede ver el suplicio que sufrió. Atado a la cruz, en forma de ballesta, podemos ver cómo los sarracenos le arrancan los intestinos. Antonio Castillo es considerado el padre de la escuela cordobesa, conocido por su labor como pintor, pero también fue policromador y diseñador de proyectos arquitectónicos, decorativos y de orfebrería. Era hijo de Agustín del Castillo, un pintor poco conocido de Llerena (Extremadura) al que Palomino califica de "excelente pintor". También se cree que pudo formarse como policromador en el taller de Calderón. Sin embargo, quedó huérfano con sólo diez años en 1626 y pasó a formarse en el taller de otro pintor del que no tenemos constancia, Ignacio Aedo Calderón. Aunque no hay constancia real de ello, se cree que pudo llegar a Sevilla, donde, según Palomino, entró en el taller de Zurbarán. Esto ha sido corroborado por la influencia estilística del maestro extremeño que los historiadores han visto en la obra de Castillo. Sin embargo, en 1635 regresó a su Córdoba natal, donde se casó y se instaló definitivamente, convirtiéndose sin duda en el artista más importante de la ciudad. Su fama y calidad le valieron importantes encargos, como retablos religiosos, retratos y series de mediano formato. También fue el maestro de destacados pintores cordobeses de la siguiente generación, como Juan de Alfaro y Gámez. En cuanto a su lenguaje, Antonio del Castillo no desarrolló una evolución evidente en su obra, aunque hacia el final de su vida se aprecia un lenguaje más suavizado, y se mantuvo al margen de las innovaciones barrocas de otros pintores contemporáneos. Sin embargo, como el resto de sus contemporáneos, se dejó seducir por la novedad de la obra de Murillo, y en sus últimos años introdujo la suavidad cromática veneciana del maestro sevillano. Hoy en día se pueden encontrar ejemplos en el Museo del Prado, el Hermitage de San Petersburgo, el J. Paul Getty de Los Ángeles, el Louvre, el Metropolitan de Nueva York, etc.

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