Null Taller de ANTONIO DEL CASTILLO Y SAAVEDRA (Córdoba, 1616 - 1668).

"Caído e…
Descripción

Taller de ANTONIO DEL CASTILLO Y SAAVEDRA (Córdoba, 1616 - 1668). "Caído en el camino del calvario". Óleo sobre lienzo. Revestido. Medidas: 60,5 x 100,5 cm. Agotado por la sangre perdida en la flagelación, debilitado por los sufrimientos físicos y morales que le habían infligido la noche anterior, y sin haber dormido, Jesús apenas pudo dar unos pasos y pronto cayó bajo el peso de la cruz. Luego siguieron los golpes y humillaciones de los soldados, las risas expectantes de la multitud. El Mesías, con toda la fuerza de su voluntad y con todas sus fuerzas, consiguió levantarse y seguir su camino. Según las interpretaciones teológicas, Jesús nos invita con sus acciones a cargar con nuestra cruz y a seguirle, nos enseña aquí que nosotros también podemos caer, y que debemos comprender a los que caen; que ninguno de nosotros debe permanecer postrado, todos debemos levantarnos con humildad y confianza, buscando su ayuda y su perdón. En esta obra en particular, la figura de Cristo está en el centro de una composición, concebida como un friso, para permitir una lectura sencilla del tema. La obra pertenece a un grupo que representa las escenas del Vía Crucis. Este formato era habitual en Antonio del Castillo, un ejemplo de ello es su serie sobre San José. Antonio Castillo está considerado como el padre de la escuela cordobesa de pintura. También fue policromador y diseñador de proyectos arquitectónicos, decorativos y de orfebrería. Era hijo de Agustín del Castillo, un pintor poco conocido de Llerena (Extremadura) al que Palomino califica de "excelente pintor". También se cree que pudo formarse como policromador en el taller de Calderón. Sin embargo, quedó huérfano con sólo diez años en 1626 y pasó a formarse en el taller de otro pintor del que no tenemos constancia, Ignacio Aedo Calderón. Aunque no hay constancia real de ello, se cree que pudo llegar a Sevilla, donde, según Palomino, entró en el taller de Zurbarán. Esto ha sido corroborado por la influencia estilística del maestro extremeño que los historiadores han visto en la obra de Castillo. Sin embargo, en 1635 regresó a su Córdoba natal, donde se casó y se instaló definitivamente, convirtiéndose sin duda en el artista más importante de la ciudad. Su fama y calidad le valieron importantes encargos, como retablos religiosos, retratos y series de mediano formato. También fue el maestro de destacados pintores cordobeses de la siguiente generación, como Juan de Alfaro y Gámez. En cuanto a su lenguaje, Antonio del Castillo no desarrolló una evolución evidente en su obra, aunque hacia el final de su vida se aprecia un lenguaje más suavizado, y se mantuvo al margen de las innovaciones barrocas de otros pintores contemporáneos. Sin embargo, como el resto de sus contemporáneos, se dejó seducir por la novedad de la obra de Murillo y en sus últimos años introdujo la suavidad cromática veneciana del maestro sevillano. En general, en sus figuras religiosas se mantuvo más cerca del naturalismo estricto, mientras que en sus composiciones históricas tendió a ser más abierto, sobre todo al añadir arquitectura y paisajes a sus cuadros. Palomino alabó su capacidad para captar la naturaleza, describiéndole como "un excelente pintor de paisajes, para lo cual solía salir unos días a pasear en plan de dibujante y copiar algunos lugares del natural". Este apunte del tratadista muestra a Antonio del Castillo como un pintor especialmente interesado en la representación de la naturaleza, algo que queda patente no sólo en sus paisajes, sino también en las figuras y animales cotidianos que pueblan muchas de sus obras. También son numerosos los dibujos de su mano en los que representa la naturaleza, los personajes y los animales con gran habilidad e inmediatez.

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Taller de ANTONIO DEL CASTILLO Y SAAVEDRA (Córdoba, 1616 - 1668). "Caído en el camino del calvario". Óleo sobre lienzo. Revestido. Medidas: 60,5 x 100,5 cm. Agotado por la sangre perdida en la flagelación, debilitado por los sufrimientos físicos y morales que le habían infligido la noche anterior, y sin haber dormido, Jesús apenas pudo dar unos pasos y pronto cayó bajo el peso de la cruz. Luego siguieron los golpes y humillaciones de los soldados, las risas expectantes de la multitud. El Mesías, con toda la fuerza de su voluntad y con todas sus fuerzas, consiguió levantarse y seguir su camino. Según las interpretaciones teológicas, Jesús nos invita con sus acciones a cargar con nuestra cruz y a seguirle, nos enseña aquí que nosotros también podemos caer, y que debemos comprender a los que caen; que ninguno de nosotros debe permanecer postrado, todos debemos levantarnos con humildad y confianza, buscando su ayuda y su perdón. En esta obra en particular, la figura de Cristo está en el centro de una composición, concebida como un friso, para permitir una lectura sencilla del tema. La obra pertenece a un grupo que representa las escenas del Vía Crucis. Este formato era habitual en Antonio del Castillo, un ejemplo de ello es su serie sobre San José. Antonio Castillo está considerado como el padre de la escuela cordobesa de pintura. También fue policromador y diseñador de proyectos arquitectónicos, decorativos y de orfebrería. Era hijo de Agustín del Castillo, un pintor poco conocido de Llerena (Extremadura) al que Palomino califica de "excelente pintor". También se cree que pudo formarse como policromador en el taller de Calderón. Sin embargo, quedó huérfano con sólo diez años en 1626 y pasó a formarse en el taller de otro pintor del que no tenemos constancia, Ignacio Aedo Calderón. Aunque no hay constancia real de ello, se cree que pudo llegar a Sevilla, donde, según Palomino, entró en el taller de Zurbarán. Esto ha sido corroborado por la influencia estilística del maestro extremeño que los historiadores han visto en la obra de Castillo. Sin embargo, en 1635 regresó a su Córdoba natal, donde se casó y se instaló definitivamente, convirtiéndose sin duda en el artista más importante de la ciudad. Su fama y calidad le valieron importantes encargos, como retablos religiosos, retratos y series de mediano formato. También fue el maestro de destacados pintores cordobeses de la siguiente generación, como Juan de Alfaro y Gámez. En cuanto a su lenguaje, Antonio del Castillo no desarrolló una evolución evidente en su obra, aunque hacia el final de su vida se aprecia un lenguaje más suavizado, y se mantuvo al margen de las innovaciones barrocas de otros pintores contemporáneos. Sin embargo, como el resto de sus contemporáneos, se dejó seducir por la novedad de la obra de Murillo y en sus últimos años introdujo la suavidad cromática veneciana del maestro sevillano. En general, en sus figuras religiosas se mantuvo más cerca del naturalismo estricto, mientras que en sus composiciones históricas tendió a ser más abierto, sobre todo al añadir arquitectura y paisajes a sus cuadros. Palomino alabó su capacidad para captar la naturaleza, describiéndole como "un excelente pintor de paisajes, para lo cual solía salir unos días a pasear en plan de dibujante y copiar algunos lugares del natural". Este apunte del tratadista muestra a Antonio del Castillo como un pintor especialmente interesado en la representación de la naturaleza, algo que queda patente no sólo en sus paisajes, sino también en las figuras y animales cotidianos que pueblan muchas de sus obras. También son numerosos los dibujos de su mano en los que representa la naturaleza, los personajes y los animales con gran habilidad e inmediatez.

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