Escuela sevillana; segunda mitad del siglo XVII. "La flagelación". Óleo sobre lienzo. Redibujado. Presenta faltas y repintes. Medidas: 75,5 x 99 cm. Relacionado con las escuelas de Murillo y Valdés. En cuanto a su iconografía, los cuatro Evangelios mencionan el castigo que sufre Cristo en este momento, aunque no hacen referencia a ninguna columna: esta iconografía proviene de la palabra "castigo" que utiliza Lucas, y se conocía como un momento previo a la Crucifixión. Durante toda la Edad Media se utilizó para estas representaciones la columna venerada en Jerusalén, caracterizada por su altura. Sin embargo, existe otra tipología, que sigue de cerca el modelo de la reliquia conservada en Santa Práxedes en Roma desde 1233 y que el Concilio de Trento se encargó de recuperar para el arte, caracterizada precisamente por el mármol en el que está realizada y por su baja altura. Este modelo de columna, que no niega el anterior en cuanto a que los teólogos reconocen dos momentos en los que Cristo fue azotado, fue utilizado en el arte desde finales del siglo XVI y se difundió rápidamente por toda Europa. En esta escena, Cristo está atado a la columna y se encuentra en el centro de la composición, acompañado por otras tres figuras que observan y participan en su tormento. Uno de ellos lleva un casco, lo que le identifica como soldado romano, otro está agachado y, finalmente, el tercero, a la izquierda de la composición, hace el gesto de levantar el látigo, que cae sobre la piel de Jesús. La escena destaca por su dramatismo, derivado del tema, pero reforzado por el uso que hace el artista de la iluminación tenebrista, en la que sólo los cuerpos tienen calor, en contraste con la oscuridad que envuelve la escena. Cabe destacar el elemento anecdótico que descarga a la obra de la mencionada tensión expresiva: el perro. Este personaje contempla la escena apaciblemente, sin ningún rastro de perturbación, sólo prestando atención al sufrimiento de Jesús. El siglo XVII supuso la llegada del Barroco a la escuela sevillana, estilo que alcanzaría su plena madurez a finales de siglo y también a lo largo del XVIII. Con el nuevo estilo llegó el triunfo del naturalismo sobre el idealismo manierista, un estilo suelto y muchas otras libertades estéticas. En esta época la escuela alcanzó su mayor esplendor, tanto por la calidad de las obras como por la condición primordial de la pintura barroca sevillana. Así, en la transición al Barroco encontramos a Juan del Castillo, Antonio Mohedano y Francisco Herrera el Viejo, cuyas obras ya muestran la pincelada rápida y el crudo realismo del estilo, y a Juan de Roelas, que introduce el colorismo veneciano. A mediados de siglo se produce la plenitud del periodo, con figuras como Zurbarán, un joven Alonso Cano y Velázquez. Finalmente, en el último tercio del siglo encontramos a Murillo y Valdés Leal, fundadores en 1660 de una Academia donde se formaron muchos de los pintores activos en el siglo XVIII, como Meneses Osorio, Sebastián Gómez, Lucas Valdés y otros.